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El elefante en el cuarto


El elefante podría ser el Partido Republicano* quién perdió las últimas elecciones o Trump semejante a un viejo paquidermo con sus ternos XL tipo ropero.

No es uno ni otro.

El elefante del que preferimos no hablar a, pesar de estar parado allí en la mitad del cuarto, porque levanta polvareda y generalmente terminamos peleando, es el racismo.


Nadie tiene problemas en criticar su físico, pero nadie admite ser racista.


“Tengo piernas feas, mala piel, nariz muy grande, ojos muy chiquitos, pechos nunca perfectos, soy gorda/gordo” -sobre todo esto último- pero ¿racista, yo? ¡Qué va! Esos serán los supremacistas blancos en EE UU”.



Cierto. En la toma del Capitolio quedó claro. Cuando sucedía el asalto y le di la noticia a un amigo que andaba navegando lejos de todo reaccionó como una flecha: “Yo a esos negros les meto bala”. “El problema”, le aclaré, “es que son blancos”.

Allí estaba la pista.

Más allá de los reclamos justos de los que sienten el mundo globalizado los tiró por el barranco y de un presidente mentalmente incompetente actuando como Idi Amin Dada en sus mejores épocas, había un hilo conductor que recorrió los desmanes y unió a los insurrectos: el rechazo de la América profunda a los negros y latinos. Y uno que pensó que con la elección de Obama se había terminado la cosa. ¡Qué va! Fue lo contrario. La ascensión Obama exacerbó el rechazo de muchos blancos, a quienes no se les cocina que un negro dirigiera su país; además un negro brillante y mucho mejor educado y erudito que la mayoría de los blancos.

Prueba de ello es que los dos símbolos que llevó la turba al Capitolio fueron la bandera de los Confederados y la horca para linchar negros. Una vergüenza.


Dos semanas más tarde los EE UU mostraron su vocación democrática y su capacidad de reacción. La historia dio un giro de 180 grados cuando en ese mismo lugar le enseñaron al mundo un mosaico de talento y de diversidad racial.

Un friso político que rechazaba el racismo y que mostró a Biden con J.Lo, a los Obamas junto a los Clintons y los Bush, a Lady Gaga y a Amanda Gorman celebrando la juramentación frente a Sonia Sotomayor de Kamala Harris, la mujer que cambió la historia.


Esperemos que ese elefante se haya ido para siempre.

¿Y por estos lares, cómo anda la cosa?¿Qué podemos decir del racismo con el que se cría a muchos y que veo a diario en mi país? Claro que hay progreso, pero aún estamos lejos.En un sentido somos como los americanos, un mosaico de razas y culturas y hasta les ganamos en categorías. Tenemos negros, indios, cholos, aborígenes, mestizos, mulatos, chinos –esto abarca todo lo asiático venga de donde venga- blancos, zambos, chino-cholos, y ahora niseis y nikkeis con la fusión gastronómica peruana.


A diferencia de los gringos la mayoría del país no es blanca, pero sí detenta el poder político y económico. Salvando las leyes inclusivas que buscan dar mejores oportunidades en educación y en puestos de trabajo a las mayorías menos fuertes, en lo que respecta a la interacción social -con colegios y clubes segregados- seguimos en la cola.


En los estacionamientos le avientan las llaves al parqueador, en los edificios tocan klaxon a la empleada para que baje o al portero para que salga: pocos se bajan y tocan el timbre. Algunos hablan de los otros -que están parados allí nomás- como si no existieran. La gente “bien educada” cholea a diestra y siniestra sin mirar el objeto a los ojos.

Quizás allí radique el problema: el otro no existe. Su color o su etnia lo volvieron invisible, no logramos sobrepasar las apariencias y ver que hay adentro. El otro es demasiado distinto o por lo menos así nos han dicho, distinto y también inferior.


El racismo no consiste en ver diferencias, sino en que las diferencias no condicionen nuestra conducta.

Una pareja se ha instalado con su joven familia en una capital europea. Los niños están yendo al colegio. La mamá está encantada porque sus hijos tienen varios amiguitos negros. En Lima no tenían ninguno. Lo alentador es que esté contenta con el cambio. Lo ve positivo, sano, bueno –tener amigos distintos ayudará a sus hijos a ser más evolucionados o sea más como del Primer Mundo.

¿Pero hay que mudarse a Europa para ser así? Es irreal pensar que niños de hogares del C/D vayan a colegios A/B porque esos colegios cuestan un riñón. En cambio no es un disparate proponer que se armen jornadas deportivas -partidos de futbol o encuentros de atletismo- donde se junten las letras del abecedario. Por algo se tiene que empezar. Nunca mejor que en la niñez porque esas amistades duran para para toda la vida.


Y nunca mejor que ahora porque ya perdimos suficiente tiempo y nos están dejando atrás.



*El elefante es el símbolo del Partido Republicano.


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